lunes, 16 de julio de 2007

Princesas III

Asombradas las dos princesas se miraron boquiabiertas pero radiantes de felicidad. En ese momento Hayden y Arien hicieron lo mismo, se guiñaron el ojo y les mostraron a las dos pequeñas las maravillas que aquel asombroso océano les podía mostrar. Miles de colores, formas y luces daban vida a aquel reino. Miles de peces, caballitos de mar, algas y hadas marinas se extendían ante ellas. Todo parecía un sueño ideal.

Clara, Teresa y Ruperto nadaban y bailaban sumergidos en aquel reino de alegría y diversión hasta que un imponente pez espada se paró junto a ellos con el ceño fruncido y una mueca de enfado en la boca. Los tres amigos no pudieron ignorarlo debido a lo imponente que parecía. Se reunieron un segundo en un círculo para compartir sus caras de terror pero finalmente, haciéndose muy muy muy valientes y fuertes como un jefe del ejército se acercaron junto a él. Clara fue la más decidida, a Teresa le temblaban las piernas pero quiso hacerse la niña más fuerte del mundo para que aquel feo pez no se diera cuenta de su terror y Ruperto por su parte, al ser un dragón se mantenía un poco al margen de tal situación.

Clara respiró profundamente ya que el pez ni se inmutaba por su presencia. Pero de repente habló:
- “¿Sois los invitados de Hayden y Arien?”
Todos asintieron rápida y efusivamente.
- “Seguidme”

Se suponía que no iba a pasar nada malo, el hecho de ser invitados no los comprometía a nada. Pero aún así sintieron mucho miedo cuando el gran pez espada los introdujo hacia el interior del gran castillo submarino.
- “Esperad aquí”
Ninguno de los tres lo contradijo en ningún momento. No tenían la menor idea de qué podría ocurrir en aquel gigantesco castillo.

Pasaron los minutos muy lentamente y allí parecía que se habían olvidado de Clara, Teresa y Ruperto. En los últimos cinco eternos minutos nadie se había asomado ni hablado con ellos, lo que lejos de tranquilizarlos los asustaba mucho más.

-Deben de estar muy ocupados. A lo mejor nos están preparando un gran banquete de bienvenida- comentaba Clara para romper el silencio.
- ¿Tú crees?- respondía Teresa con una miedosa sonrisita y tiritando de la cabeza a los pies.
- Seguramente quieren darnos una sorpresa- Opinaba Ruperto con decisión.

Otros largos cinco minutos tuvieron que pasar para que de nuevo, el pez espada apareciera por la puerta por la que se había marchado.
- Pasad – Pronunció firmemente el pez con su ya habitual mueca en la cara.


Los tres amigos se cogieron de la mano y pasaron uno por uno atravesando la puerta bajo la mirada fulminante del pez espada. Cuando Ruperto (que era el último en pasar) entró, la puerta dio un gran portazo. Entonces los tres amigos soltaron sus manos y…

domingo, 8 de julio de 2007

Princesas II

…Los caballos se acercaron a ellas, pero al verlos más de cerca, se dieron cuenta de que no eran caballos, sino yeguas. Los tres amigos se quedaron petrificados en el sitio, con el bosque y el escándalo de las aves a sus espaldas, frente a ellos las dos yeguas, que se habían ido acercando poco a poco.

La yegua blanca tenía las crines largas, tanto, que casi rozaban el suelo, y entre los finísimos cabellos se podían adivinar las siluetas de unas flores malvas diminutas que hacían que pareciese como si soplase una suave brisa continuamente entre ellos. La silueta esbelta y delicada denotaba que era la más joven de las dos y en sus ojos Clara pudo ver la curiosidad y la impaciencia, que no pudo más que hacerla sonreír.

La yegua negra, por su parte, era más alta. Las crines, onduladas y un poco más cortas, las llevaba en trenzas finísimas y en mechones sueltos alternativamente, y aunque a pesar de todo era la mayor y por lo tanto parecía ser más seria, comedida y madura, sus movimientos nerviosos de cabeza y sus suaves risas hicieron que esta teoría “edad à seriedad” quedase completamente obsoleta, negada, atrasada, vieja, ridícula, falsada, y todos aquellos adjetivos que signifiquen que algo no es cierto.

Dragón y princesas observaron cómo las dos yeguas, que dijeron llamarse Hyade, la negra, y Arien la yegua de color blanco, se acercaron a ellas con paso firme y pausado. Una vez a pocos metros de las ya reiteradamente asombradas princesas (es importante recalcar este hecho), comenzaron a hablarles de un reino, que no era del que ellas habían huido, se apresuraron a aclarar en cuanto vieron que comenzaban a correr; en este reino había un gran gran gran laberinto: “El laberinto más grande que jamás hayáis tenido la oportunidad y suerte de ver”, repetía Hyade, y en el que había un montón de cosas maravillosas, que ellas nunca habían visto, pero que deseaban ver. Les preguntaron que si deseaban visitarlo, y los tres asintieron fervientemente con la cabeza, porque a pesar de que princesas y dragón sabían de aquel misterioso reino lo mismo que ustedes, la emoción con la que las dos yeguas les habían hablado de él les había cautivado. Así, Arien y Hayden dijeron a Teresa y a Clara que montasen sobre ellas, mucho cuidado con las crines por favor, y se encaminaron decididas hacia la playa, y entraron en el agua, cada vez más y más adentro. Teresa, que seguramente hablaba en nombre de Clara también, preguntó a Arien que por qué no caminaban por la playa, y esta le respondió con un “cojan aire”, y ambas se zambulleron bajo el mar.

El panorama submarino era algo mucho más extraordinario, maravilloso y fantástico de lo que ningún adjetivo, qué decir, de lo que ni siquiera todos los adjetivos del mundo de todos los idiomas existentes y por inventar serían capaces de describir o calificar nunca. Un espectáculo de colores, vida, peces, delfines, tiburones, algas, arrecifes de coral, burbujas de mil y una forma se mostró ante ellas. Clara observaba el espectáculo completamente obnubilada y encantada, cuando sintió que algo tiraba de su vestido hacia abajo, y cuando miró, fastidiada, se dio cuenta de que las flores de Hayden no eran flores, sino pequeñas hadas diminutas que se habían escondido entre las crines de la yegua que, para su asombro, ahora no era yegua sino caballito de mar. Clara abrió la boca de asombro, y fue entonces cuando, de nuevo, se dio cuenta de que, por alguna extraña razón, no necesitaba el aire para respirar…

viernes, 6 de julio de 2007

Princesas I


Unas trompetas desafinadas estaban tocando cuando ellas se vieron a lo lejos. En cuestión de segundos se encontraban de frente, ambas con una sonrisa de oreja a oreja.
No hizo falta hablar, lo sabían todo y ahora bailaban juntas al compás de la música.

Una de ellas se llamaba Clara, pelos rubios que brillaban a la luz de la hoguera, y la otra Teresa, una morena desarreglada que siempre esperaba a que lloviera. Clara tenía un vestido azul-verde-mar precioso y Teresa uno violeta. A simple vista eran muy diferentes, pero dentro de cada cabeza una misma sintonía resonaba en sus orejas y se escapaba por sus muelas.

Por cuestiones del destino, ambas eran las sucesoras de la reina.
Resulta que hace mucho tiempo, la reina vigente mandó a elegir dos guapas doncellas para que fueran princesas. Muchos fueron los días de espera de las jóvenes plebeyas que querían convertirse en reinas, pero por azar o por suerte, Clara y Teresa fueron las elegidas. Y ahora se encontraban allí, en la cena de gala que decidiría cual de las dos serían definitivamente la sucesora.

Clara creía que todo aquello era una excusa para bailar toda la noche y Teresa pensaba que al final una criada le daría un cachito de tarta de chocolate. Ambas estaban muy equivocadas.

El palacio era un gran castillo amarillo con un río y un dragón del mismo color. El dragón se llamaba Ruperto y el castillo Maxifloró. Todo estaba decorado para la ocasión. A Ruperto Clara le había comprado un vestido verde con flores de charol y Teresa se había dedicado a hacer pompitas de jabón.

Cuando la música paró,Clara y Teresa se sentaron a cantar. En medio de una de sus canciones favoritas Teresa gritó

- ¿Qué te pasa?
- Es que me asusté
- ¿Por qué?
- Porque pensé que pronto las dos seríamos reinas
- Pero eso no es malo
- Las reinas no pueden jugar…
- Siiiiiii, Claro que pueden jugar y saltar y reír y bailar…
- Ah! Vale (la miró y sonrió)

Siguieron cantando unos minutos más, pero luego Clara gritó.

- ¿Qué pasó?
- Que yo también me acordé de algo
- ¿De qué?
- De que no conozco ningún país en el que haya dos reinas
- Yo tampoco…
- Pero este es diferente ¿Verdad?
- Claro que sí (volvieron a sonreír las dos)









Las luces se apagaron, Clara y Teresa se dieron la mano y atemorizadas escucharon las palabras de la reina.

- Por orden de la corte, estas niñas serán separadas y una de ellas, únicamente una de ellas, será reina de esta aldea.

Un gesto de asombro mezclado con unas gotas de temor inundó las caras de las niñas que sin pensárselo dos veces corrieron despavoridas hacia el gran laberinto de árboles que se extendía ante ellas. Horas enteras pasó todo el pueblo buscándolas. Pero todo fue en vano.

Clara y Teresa huyeron hacia una pequeña isla. Con ellas también se fue Ruperto y los tres juntos pasaron horas y horas, días y días, noches y noches, haciendo lo que más les gustaba hacer… cantar… Uno de esos días la aventurera Clara encontró un cofre viejo y desteñido, al abrirlo cuál fue su sorpresa que estaba repleto de monedas relucientes, pero no eran monedas normales y corrientes, eran monedas DE CHOCOLATE!!!!
Cuando sólo quedaba una de ellas en el fondo, Teresa pudo divisar algo escrito en la caja. Ponía:
“El que ha osado a comer tal festín, ahora tendrá que tener un regalín”

Al Teresa pronunciar tal palabras una nube mágica de algodón rodeó la isla. Y en medio de la playa apareció una pareja de caballos, uno blanco y otro negro. Y justo en ese momento…



(¿Qué pasó?)